martes, 7 de octubre de 2014

Reseña

Chust, Manuel, (coord.), 1808. La eclosión juntera en el mundo hispano, México, FCE/ Fideicomiso historia de las américas / COLMEX, 2007, 404. pp.


    
En cada uno de los capítulos del libro del historiador español Manuel Chust se explica un breve análisis historiográfico sobre la experiencia “juntera” de cada una de las provincias hispanoamericanas a partir de 1808, resultado de la crisis de la monarquía española durante la invasión francesa. El autor de esta obra nos invita a repensar las motivaciones que condujeron a la nueva formación de los estados nacionales de Latinoamérica, haciendo énfasis en que los primeros intereses de los integrantes de las distintas juntas provinciales no tuvieron como finalidad una “independencia nacional”, sino crear una política interna autonomista, reconociendo la hegemonía de Fernando VII de España.
El artículo introductorio, escrito por Chust, “Un bienio trascendental: 1808-1810”, expone claramente el contexto histórico en Europa y en América a priori a los movimientos revolucionarios surgidos durante la primera década del siglo XIX en Hispanoamérica. Estos acontecimientos históricos narrados en la introducción de este libro abordan los siguientes temas: la rebelión anticolonial en Cuzco bajo el mando del caudillo Tupac Amaru II en 1780; el segundo Tratado de San Ildefonso de 1796, en el cual se firma la paz entre España y Francia; el Tratado de Fontainebleau, firmado en 1807, en el cual se acordó la invasión de Francia y España a Portugal; la abdicación de Carlos IV; la creación y relación de las juntas con la Regencia y la Junta Central en las provincias hispanoamericanas, las cuales influyeron en la revolución política española que inició en 1808; y otros temas de suma importancia para comprender los antecedentes del proceso juntero en América Latina.[1]
El capítulo elaborado por la historiadora Virginia Guedea, “La Nueva España”, es una síntesis de las nuevas iniciativas políticas y sociales introducidas por el virrey José de Iturrigaray y los criollos Juan Francisco Azcárate y Francisco Primo de Verdad, entre otros, entre 1808 y 1810, conformando juntas de gobierno que tuvieron como objetivo promover los intereses autonomistas de los criollos. En este sentido, se describen las resoluciones impuestas por el Ayuntamiento de México para participar como el órgano más importante del gobierno de la monarquía. Virginia Gudea nos muestra en sus narraciones que el virrey de Iturrigaray simpatizó con algunas de las aspiraciones políticas autonomistas de los criollos novohispanos como por ejemplo, la elección de diputados novohispanos que representaran los ayuntamientos, reivindicando su poder como representantes de Nueva España ante la Suprema Junta Central Gubernativa. No obstante, la supremacía depositada en el virrey Iturrigaray frente a la sociedad novohispana fue provisional en lo que se resolvía la crisis de la monarquía española.
En este capítulo, al igual que en los demás capítulos de esta obra, se subraya el reconocimiento de Fernando VII por parte de las provincias hispanoamericanas y el rechazo del gobierno francés en España, encabezado por José I Bonaparte, dejando en claro que en aquellos años las juntas no promovieron por ningún motivo una revolución independentista. Ya se habla de conspiraciones de carácter autonomista hasta el año de 1809, las cuales alborotaron a las clases populares y  jugaron un papel predominante un año después en el movimiento acaudillado por el cura insurgente Miguel Hidalgo y Costilla, quien manifestó su lealtad a Fernando VII como máxima autoridad del virreinato de Nueva España y de las demás colonias americanas.
En lo que respecta al capítulo de Víctor Peralta  Ruiz, “Entre la fidelidad y la incertidumbre. El virreinato del Perú entre 1808 y 1810”, se advierte la lealtad peruana que prevalecía en el virreinato a favor de Fernando VII, “Rey y Señor de España y Emperador de las Indias.”, producto del patrocinio difundido por el virrey José Fernando de Abascal.[2] Víctor Peralta sostiene este argumento destacando que en 1809 se patrocinaron          algunos diarios, como la Minerva Peruana y obras teatrales, como Loa alegórica a Fernando VII, cuyos propósitos fueron preservar el fidelismo al monarca español y ocultar la crisis política aún prevaleciente en España bajo el gobierno bonapartista. Sin embargo, la magnificencia y la falsedad de la propaganda política en los relatos de la Minerva Peruana  provocaron incertidumbre y la creación de una junta de gobierno en la cual participaron Ramón Eduardo Anchoris y José Mateo Silva, principalmente. El autor de este capítulo deja en claro que éstos tuvieron encuentros con los rebeldes de Quito encabezados por Selva Alegre, mas no se sublevaron en contra del gobierno virreinal ni en contra de España.
En resumen, Víctor Peralta nos muestra que en el virreinato del  Perú no existió un sentimiento de una política independentista, sino el temor de que el “mal gobierno” de José Bonaparte colapsara las instituciones políticas y sociales del virreinato, por lo que fue imprescindible crear una junta de gobierno alterna, que defendiera los intereses de los criollos peruanos. Se debe dejar en claro que la postura del virrey Abascal y de la élite criolla del Perú corroboraron su lealtad a Fernando VII en todo momento.
El siguiente capítulo “El Reino de Quito, 1808-1810”, escrito por Jaime E. Rodríguez O., apunta que al igual que en las demás provincias de Hispanoamérica, en Quito existió un movimiento juntero con el fin de establecer un gobierno autónomo, el cual reconocía la hegemonía de Fernando VII en el mundo hispánico. Sin embargo, quizás Quito fue uno de los primeros reinos de América Latina en iniciar un movimiento de independencia política entre 1808 y 1810, estableciendo gobiernos regionales en las ciudades Quito, Guayaquil, Cuenca y Popayán. Estos argumentos los sustenta Jaime E. Rodríguez al examinar algunas fuentes como la Consulta a la Nación y el Manifiesto del Pueblo de Quito, las cuales hablan sobre las elecciones de diputados y políticos americanos en 1809, como por ejemplo: José de Silva y Olave, Pedro de Montufar y José Baquijano y Carrillo, quienes fungieron como representantes del Reino de Quito en la Junta Central de España. Del mismo modo, en este capítulo se abarca el tema que alude a la conformación de un Consejo de Regencia conformado por cinco integrantes, entre ellos un americano.[3] Referente a lo anterior, el autor considera que el Reino de Quito dio un paso significativo hacia la formación de un gobierno representativo, dando como resultado los inicios de una transición del antiguo régimen al nuevo Estado-nación . Asimismo, afirma que en Quito, existió una guerra civil, producto de las diferencias entre americanos y españoles; así como entre las diferentes provincias hispanoamericanas.
Referente al capítulo “Crisis del sistema institucional colonial y desconocimiento de las Cortes de Cádiz en el Río de la Plata”, Noemí Goldman expone un análisis historiográfico sobre la suma de factores suscitados en la Río de la Plata, que pusieron de manifiesto la fragilidad e ineficacia del régimen español para mantener su dominio. El factor determinante de esta fragilidad fue el desconocimiento de las Cortes de Cádiz y el poco fidelismo a Fernando VII por parte de la Junta Gubernativa del Río de la Plata.
Liniers fue denominado virrey de la provincia; sin embargo, se destaca que a su muerte la Junta fundaría un gobierno encabezado por los criollos, desconociendo al gobierno peninsular. En contraste con las demás provincias americanas, la autora demuestra que los rioplatenses criollos retomaron algunos modelos de la Ilustración y del dogmatismo de Rosseau, cuyos principios hacen alusión a la libertad e igualdad del hombre. Con esto se inició un movimiento revolucionario en búsqueda de soberan pusieronieronntero hispanoam la Junta Gubernativa delevoluc hombre. s de los principios de la Ilustraciía e independencia a partir de la segunda década del siglo XIX. Tal como lo sostiene este capítulo, los levantamientos armados fueron sin duda posibles gracias al adiestramiento y a la organización de las fuerzas militares rioplatenses, ante la resistencia de la hegemonía inglesa entre 1806 y 1807. Por último, Noemí narra sobre las discusiones referentes a cómo y quién debía gobernar en la provincia en los años subsecuentes a la revolución de independencia.
El capítulo “La reasunción de la soberanía por las juntas de notables en el Nuevo Reino de Granada”, redactado por el historiador Armando Martínez Garnica, presenta un proceso histórico en el cual se conformaron: la Junta Central de Santafé y las juntas provinciales desde 1809. En el preámbulo de este capítulo el autor muestra el fervor cristiano existente en aquella época, el cual se fundamentaba en los relatos de San Pablo y San Agustín, quienes destacaban que la obediencia al soberano depende de sus actos, y que es elegido por Dios para gobernar de manera justa. Por lo tanto, el pueblo tiene el derecho de desplazarlo en caso de ser tirano. Con este argumento, Armando Martínez hace hincapié en la necesidad que existía de crear juntas, con el propósito de defender a las colonias de los intereses de los franceses y de la tiranía del gobierno de José Bonaparte. Además revisa diarios y gacetas que introdujeron la difusión de la soberanía popular en el reino: La Gaceta Ministerial de Cundinamarca, la Gaceta de Caracas y La Bagatela. [4] Armando Martínez confirma el hecho de que en estos tiempos no existió una ruptura con el titular de la monarquía española. Más bien destaca el reconocimiento de la autoridad de las Juntas Supremas provinciales, cuando el primer Congreso del Nuevo Reino de Granada (22 de diciembre de 1810) sustituye al Consejo de Regencia.
“La Junta de Caracas”, narrada por Inés Quintero, trata sobre la suspicacia existente en la provincia de quién iba gobernar en España en ausencia de Fernando VII y el intento de crear juntas  desde 1808, dando como resultado la fundación de un gobierno alterno y soberano. A diferencia de las demás provincias americanas, Inés Quintero no descarta la participación de mantuanos, criollos y peninsulares en el movimiento juntero ocurrido en 1808, en el cual se apoyaría a España en todo momento. Esto manifiesta que la provincia de Caracas no pretendía desvincularse de España en un inicio. Fue la presentación de los principales de la sociedad venezolana, quienes adelantaron el proyecto de independencia y construyeron una república totalmente opuesta a los principios del régimen colonial.
En conclusión, se debe subrayar que esta obra le ofrece al lector una descripción bastante clara de e imparcial de cómo fueron los movimientos junteros en Hispanoamérica a principios del siglo XIX. Para los interesados en el estudio de las independencias de América Latina este libro es fundamental, ya que diverge de los relatos de la historia oficial, que en muchas ocasiones tergiversan el contexto histórico de esta época, con el objetivo de crear un sentimiento nacionalista entre los hispanoamericanos. La historiografía del movimiento juntero en América Latina parte de la crisis de la monarquía española ocurrida en 1808. En todo momento, Manuel Chust y sus autores invitan al lector a reflexionar sobre el fidelismo de las provincias americanas a Fernando VII y el rechazo al “mal gobierno” francés encabezado por José Bonaparte; móvil principal para la conformación de nuevos gobiernos soberanos y autónomos en Hispanoamérica. Los autores de cada capítulo dejan en claro que las confrontaciones ocurridas durante el movimiento juntero no tuvieron como finalidad independizarse de España, sino más bien fueron disputas por el poder entre los mismos colonos americanos, ya sean peninsulares o criollos; así como también el temor y el repudio al gobierno francés de José Bonaparte. Fue a partir de la segunda década del siglo XIX, es decir, después de 1810, cuando estallaron las primeras revoluciones en Hispanoamérica en búsqueda de una independencia política de España, que dieron como resultado la conformación de nuevas naciones y la promulgación de nuevas constituciones, basadas sin duda en los principios liberales inscritos en la Constitución de Cádiz de 1812. Desde la perspectiva de varios historiadores, durante la primera etapa de las insurrecciones independentistas en Hispanoamérica surgieron guerras civiles entre los mismos grupos criollos. El caso de México fue distinto debido a que los grupos populares se unieron a los criollos (insurgentes), quienes encabezaron los movimientos revolucionarios de 1810. Por último, es preciso ubicar al historiador Manuel Chust como discípulo de la tendencia historiográfica de François-Xavier Guerra, ya que rescata la historia política, no sólo como hechos sino también sobre los actores políticos y sus ideas. Esta corriente historiográfica se aleja de las influencias estructuralistas que se refieren preeminentemente a procesos económicos y sociales.







[1] Manuel, Chust, (coord.), 1808. La eclosión juntera en el mundo hispano, México, FCE/ Fideicomiso historia de las américas / COLMEX, 2007, pp. 12-46.

[2] Ibid., p. 140-143.
[3] Ibid., p. 176.
[4] Ibid., p. 291.

viernes, 15 de agosto de 2014

Las relaciones interétnicas en México por Patricio Loizaga R.

Éste es un análisis histórico de lo que fueron las relaciones interétnicas de los diferentes grupos étnicos en nuestro país, desde la época prehispánica hasta nuestros días. Por lo tanto, se deberán analizar las complejidades de las relaciones interétnicas vigentes en el México del siglo XXI, y sobre todo, reflexionar y establecer una propuesta para intentar solucionar esta problemática existente aún en la actualidad dentro de la sociedad mexicana.
Imagen de niñitas mayas lacandonas en Chiapas
Referente a lo que se dijo, se deben señalar las características de las relaciones interétnicas en el México prehispánico, sobre todo en el siglo XV de nuestra era. Así pues, se debe mencionar que en la época prehispánica los grupos étnicos compartían rasgos culturales, religiosos y sociales muy similares.
Para entender los cambios surgidos entre las relaciones interétnicas del México prehispánico, se tomarán en cuenta las primeras fuentes históricas de los cronistas del siglo XVI y XVII, las cuales señalan que en el centro de México (México-Tenochtitlan) existía un poder centralizado, cuya hegemonía fue difundida hasta Oaxaca y parte del sureste mexicano. Recordemos que los mexicas exigían tributo a los diferentes pueblos y esto originó un resentimiento en contra de los primeros. Estos grupos subyugados por los mexicas se rebelaron a la llegada de los españoles. Es en este momento es cuando comienza una admiración a estos "extranjeros", los cuales logran destruir México-Tenochtitlan y el poderío mexica. Es así, como los grupos en contra de la hegemonía mexica (tlaxcaltecas, texcocanos y cempoaltecas) obtienen ciertos beneficios de los peninsulares, como por ejemplo, lugares importantes dentro de la sociedad novohispana, así como también ciertos cargos políticos dentro de sus comunidades.
Imagen: Huicholes de Nayarit y Jalisco
Sin embargo, éstos nunca llegaron a obtener los beneficios de los peninsulares y criollos. En consecuencia, surge una diferenciación social y racial dentro del régimen colonial y racial hacia los indígenas. En este sentido, la visión del historiador deberá ser lo más sensata posible, señalando las ventajas y desventajas que se llevaron a cabo con esta diferenciación social existente en la sociedad novohispana.
Ciertamente, dentro del régimen colonial existió el bien conocido Consejo de Indias, en el cual se establecían ciertos derechos a los indígenas como: el derecho a la tenencia de tierra y el derecho a ser tratados con dignidad y respeto. De hecho, la Corona sancionaba los abusos de los hacia los indígenas. Sin embargo, la historia ha demostrado de manera asertiva que en la realidad estos derechos fueron violados en muchas ocasiones. Los genocidios y la viruela fueron las principales causas de los altos indices de mortalidad de los indígenas. Según las versiones de distintos historiadores, esta cifra asciende a más de 15 millones.
Imagen de Lila Downs: Cantante mexicano-americana de origen zapoteco por parte de su madre
Se debe de tomar en cuenta, que durante la Colonia preduró el racismo y la explotación de los indígenas por considerarlos inferiores por su color de piel y su ideología. También es importante señalar que bajo el régimen colonial existían diferentes castas, pues existió un mestizaje entre blancos, indígenas y negros. En este sentido, se debe destacar que la estratificación social dependía de la casta a la que se pertenecía. Por otro lado, hay que decir que en los siglos XVI y XVII migraron muchos esclavos de África a Nueva España, alrededor de 100 mil. Por esto motivo, no se debe negar la presencia de raza negra en México.[1] Esta diferenciación racial estuvo muy presente en la Colonia, como se mencionó. Más adelante se hablará de lo que fue la importancia del mestizaje en el México independiente.
Voladores de Papantla: Cultura totonaca
Además, se debe subrayar que la "conquista espiritual" impartida por los frailes tuvo como finalidad fundamental el control y el poder sobre los indígenas. Recordemos las atrocidades cometidas por la Iglesia como la Santa Inquisición, en la cual se asesinaron a muchos individuos inocentes por sus diferencias religiosas e ideológicas. 
Ahora bien, por otra parte, se debe definir el concepto de "categorías étnicas", el cual fue adoptado dentro de la colonia equívocamente como un grupo étnico homogéneo sin identidad, ni cultura exclusiva.[2]  No obstante no importaba la procedencia étnica de cada individuo, ya que éste era considerado como "indio" de manera peyorativa. Entiéndase como "categoría étnica" a la homogeneidad de un grupo étnico, sin considerar su identidad propia dentro de las esferas culturales y tradicionales en la sociedad. Por lo tanto, nos parece que el concepto de "indio" es aberrante y peyorativo.
Además, se debe entender que todas la etnias son heterogéneas y cada una de ellas tiene características muy peculiares. Sin embargo, éstas pueden compartir algunos rasgos fenotípicos y culturales de otros grupos étnicos, como se dijo anteriormente.
La "identidad étnica" se entiende como las fronteras dentro de una comunidad para delimitar el poder político dentro de una sociedad o grupo.[3] la "identidad étnica" y la "identidad colectiva" tienen muchas similitudes, es decir, son características compartidas por un grupo étnico dentro de la sociedad. Sin embargo, la identidad por sí sola es un valor intrínseco de los grupos humanos, el cual define quiénes somos partiendo de nuestras raíces étnicas y culturales.
A pesar de la negación de una identidad, ésta es inherente al ser humano. Hacia los siglos XVIII y XIX, los criollos se vieron en la necesidad de crear una identidad que los diferenciara de los peninsulares, valorando el pasado prehispánico, en especial, la cultura mexica. Esta admiración criolla hacia lo prehispánico puede parecer confusa y paradójica, ya que en los tres siglos anteriores no se le dio la importancia necesaria a estos grupos étnicos. Este afán por una autonomía criolla desató el movimiento independentista en México en el siglo XIX. Si bien es cierto, los insurgentes iniciaron este movimiento autonomista a partir de 1810. Sin embargo, ninguno de los insurgentes se refirió a la creación de una nueva nación, ni a reconocer los derechos de los indígenas; excepto el general insurgente José María Morelos y Pavón, quien promulgó la Constitución de Apatzingán en 1814. En esta primera constitución se establecieron los derechos de igualdad, libertad dentro de la sociedad, así como también se habló de la independencia de América Septentrional. Siete años después, a pesar de las luchas entre realistas e insurgentes, el 27 de septiembre de 1821 el general realista criollo Agustín de Iturbide logra consumar la Independencia de México, promulgando el Plan de Iguala.
Paradójicamente, es cierto que en dicho Plan se establecieron los principios de: unión religiosa, libertad e igualdad. Sin embargo, considero conveniente señalar que aunque esta élite criolla logra consumar la Independencia de México, no se tomaron los principios de igualdad hacia los indígenas, es decir, éstos fueron excluidos de la nueva élite mexicana de origen criollo hasta mediados del siglo XIX.
Así pues, en la segunda mitad del siglo XIX los liberales comenzaron  a  enaltecer este sentimiento nacionalista mestizo. Este concepto nacionalista se concibió como la nueva identidad mexicana, la cual se entendía como la fusión española e indígena prehispánica dentro de los ámbitos culturales y genéticos. Por desgracia, la historia ha demostrado de manera asertiva que los liberales de la segunda mitad del siglo XIX (Benito Juárez, Ignacio Ramírez y Miguel Lerdo de Tejada, entre otros), no incluyeron en la Constitución de 1857 los derechos de los indígenas en cuanto a la tenencia de tierras, ni fue considerada traducción de leyes en las diferentes lenguas indígenas existentes hasta la fecha. De hecho, con las Leyes de Reforma, en las cuales se establecía la desamortización de los bienes de la Iglesia, se vieron afectados los derechos de los indígenas en cuanto a la posesión de sus tierras, siendo despojados en muchas ocasiones de sus comunidades. Por lo tanto, se debe destacar que a pesar de que Benito Juárez tenía parentesco de origen zapoteco, no reconoció los derechos de los indígenas. No olvidemos que durante el régimen colonial los indígenas tenían el derecho a la posesión de tierras. Paradójicamente, por el otro lado, el Emperador Maximiliano de Habsburgo sí reconoció los derechos de propiedad de los indígenas, además de traducir algunas de las Leyes de la Reforma de 1857 al náhuatl.[4] Lo mismo hizo el Presidente Vicente Fox durante su periodo de gobierno; traduciendo la Constitución de 1917, los Códigos Penal y Civil y las nuevas reformas a las sesenta ocho lenguas indígenas existentes en nuestro país.
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos traducida al náhuatl

Por desgracia, la historiografía mexicana de los siglos XIX y XX ha señalado que los indígenas fueron excluidos por la sociedad mestiza. Si bien es cierto, en las tres décadas del gobierno porfirista, los indígenas yaquis y mayas fueron perseguidos por el gobierno; por lo que se sabe que muchos fueron asesinados y los que finalmente optaron por incluirse a la sociedad mestiza occidental, fueron sometidos a trabajos forzados y salarios paupérrimos. La denigración de la sociedad mestiza hacia los indígenas fue y ha sido innegable e inminente.
A principios del siglo XX se da el trágico movimiento revolucionario en México. A pesar de que muchos historiadores e investigadores señalan que no existió en México una revolución como tal, sí se logró establecer dentro de la Constitución Mexicana de 1917 en el artículo 27, y dentro de los principios del Plan de Ayala, promulgado por Emiliano Zapata, el derecho de propiedad, en el cual también se incluyeron las peticiones y derechos de los indígenas.[5] Estos intentos por incluir a los indígenas a la sociedad mestiza occidental han fracasado.
Considero importante mencionar que en México se han promulgado constituciones liberales, en las cuales se exponen los derechos de los indígenas en al ámbito público, sin embargo, en el ámbito privado continúa el racismo y denigración a todos los grupos étnicos, ya sea por su color de piel o por su ideología. La sociedad mestiza ha intentado transformar los ideales y las costumbres indígenas hacia una "sociedad mexicana desarrollada". Sin embargo, cabe preguntarse lo siguiente, ¿estos grupos étnicos están dispuestos a dejar su identidad étnica adquirida desde la época prehispánica?
Así pues, se pretende establecer una propuesta lógica para terminar con estos abusos de la sociedad mestiza a los indígenas, los cuales por ignorancia o desinterés de la sociedad occidental, no entiende la procedencia e identidad de estos grupos étnicos.
Se debe reflexionar que el "problema indígena" no es despojar a los indígenas de su cultura, por el contrario, se deberá respetar y reconocer su identidad y legitimidad para evitar su extinción. Actualmente, existen 7 millones de mexicanos que hablan 68 lenguas indígenas.
Tarahumaras en las Barrancas del Cobre, Chihuahua, México
También hay que decir que la sociedad occidental mestiza en México, la cual compone el 90 por ciento de la población total, deberá atender las necesidades primarias de los indígenas; recordemos que es nuestro deber como ciudadanos mexicanos. Es por ello que las relaciones interétnicas no se deberán percibir como algo ajeno a nosotros o como algo exótico, sino como una identidad heterogénea, la cual también ha logrado desarrollar una "modernidad alternativa", es decir, estos grupos étnicos no son los mismos que existieron en el México prehispánico y además, pertenecen a nuestra cultura e identidad.
Por último, se debe subrayar que los gobiernos e instituciones a nivel nacional deberán ejercer mayor fuerza dentro el marco jurídico para establecer derechos y leyes de igualdad en contra de la discriminación y racismo hacia cualquier grupo étnico, además de  otorgarles todos las oportunidades y ventajas que posee la sociedad mestiza, en cuanto  a su desarrollo personal e intelectual.


Bibliografía recomendada

Krauze, Enrique, Siglo de caudillos. Biografía política de México (1810-1910), México, Tusquets, 2002, 349 pp.

Navarrete, Ferederico, Las relaciones interétnicas en México, México, UNAM, 2004, 133 pp.

Roeder, Ralph, La Revolución mexicana, México, FCE, 2010, 1405 pp.










[1] Federico Navarrete, Las relaciones interétnicas en México, México, UNAM, 2004, pp. 51-54.
[2] Ibid., pp.21-23.
[3] Ibid., pp. 24-25.
[4] Enrique Krauze, Siglo de caudillos. Biografía política de México (1810-1910), México, Tusquets, 2002, pp. 249-264
[5] Alan Knight, La Revolución mexicana, México, FCE, 2010, pp. 428-441